El Carnaval se ha convertido en un vaivén de emociones para los arriesgados que nos subimos en el barco de esta travesía que tiene como puerto de llegada febrero.
Aunque no nos lo parezca, nuestra fiesta ha cambiado, no se sabe si para bien o para mal, solo el tiempo nos dará la respuesta. Nuestro Carnaval ha conseguido auparse a la gloria en los últimos años. Goza de una excelente salud, aunque no debemos tomar riesgos. No solo se ha conseguido participación en abundancia, sino calidad, algo que casi nunca va ligado al término abundancia.
Decímos que nuestro Carnaval ha cambiado, y es evidente que si. Hemos creado un estilo propio, nuestro Carnaval sin perder la raíz de la tacita, es diferente a todos.
Algunos no aceptan que seamos diferentes. Por todo ello es necesario que nadie “fije” nuestro Carnaval en términos inaceptables, por mucho que se haga desde una supuesta amistad íntima, que no puede ni debe convertirse en una apropiación, por mucho que se haga en nombre de peritos y entendidos. Es decir, nuestro Carnaval es grande, pero no sólo eso; en todo caso es grande y diferente, y eso no cabe en la norma posterior, que, como corresponde en estos casos, o intenta sepultarlo o reinterpretarlo o reconducirlo.
Pero es más, esa diferencia con el resto es latente incluso dentro del mismo. Cada una de las agrupaciones que cada año salen son totalmente diferentes desde cualquier óptica. Desde la forma de entender la fiesta, hasta la forma de interpretarla, aunque todas coinciden en lo mismo. Todas comienzan con las mismas ganas y la misma ilusión, todas se derrumban al mismo tiempo y todas se recuperan en el mismo periodo.
Un ejemplo claro, lo ocurrido este año con nuestras tres comparsas. Las tres empezaron con las mismas ganas, las tres por diferentes motivos vieron durante unos días como se desvanecían sus sueños, y las tres lograron recuperarse a tiempo para llegar a puerto con todas las ganas.
Es difícil de explicar, pero bastan unas palabras de algún compañero antes de abrir las cortinas para que nos demos cuenta lo que ha costado estar ahí, y por un momento, somos conscientes de lo que estamos a punto de conseguir. Quizás sea esa la magia de febrero.
Como cualquier religión, el Carnaval ha tenido dioses: Lamas, Martínez, Ayala, Vilches, etc. El panteón de los mártires alberga a otros muchos. No podían faltar los demonios o derrotistas, encarnados en vampiros oyentes del hielo.
Lo que ocurre es que entonces, sin duda, nos están exigiendo demasiado: prácticamente nos exigen que para que nadie lo convierta en una gárgola del sistema tiene que quedarse absolutamente anticuado. En realidad, nosotros solo pediríamos que no “abjuren” de nuestro Carnaval, en un momento peligroso, en que la modernidad se ha convertido en una máquina de picar carne.
El Carnaval en el que nacimos es un espejismo plantado en mitad del páramo de la modernidad. Una fotocopia contrahecha de lo mejor que fue, la prueba patente de que la articulación de un nuevo febrero de convivencia debe ser uno de nuestros caballos de batalla, de cara al mañana.
El hombre frente al público, el derrotista contra el Carnavalero, aupado en un escenario, intentando conseguir la gloria del pueblo. Modernos caballeros andantes sin princesas que rescatar ni dragones que descabezar, fragmentos de mi memoria, bendito Carnaval.
5 comentarios:
gran reflexión si señor, muy bueno
Bien Mazo, Bien
esto sube de nivel cada día más no? jajaj que bueno moreno. esperamos que siga así
esto es mortá jajajaja. grande moreno, grande
azi zi ze levanta el carnaval pero no te lo crea mazo
Publicar un comentario